Por: Jaime Bernal Cortesía: Inter Miami CF
El fútbol del Inter Miami está a punto de perder uno de sus pilares más finos. Con el retiro de Jordi Alba, el club rosa no solo se encuentra a pesar de un lateral legendario, sino de un intérprete esencial del juego de Lionel Messi. Su conexión, tejida durante años en Barcelona, encontró nueva vida en la MLS, demostrando que la química futbolística puede trascender continentes, camisetas y sistemas tácticos.
Desde su llegada a Fort Lauderdale, Alba se integró a un proyecto que mezclaba ambición y nostalgia. Junto a Messi, Luis Suárez y Sergio Busquets, dio forma al sueño rosa de construir un fútbol reconocible, con identidad y matices europeos. En un entorno donde muchas veces prima la potencia física sobre la sutileza, el español ofreció un manual de cómo pensar el juego antes de tocar la pelota.
Su entendimiento con Messi fue una obra de arte repetida mil veces. No necesitaban mirarse: bastaba un movimiento del “10” para que Alba supiera dónde aparecería el espacio. Esos desbordes, diagonales y pases atrás no fueron jugadas improvisadas, sino la continuidad natural de una relación futbolística que nació en el Camp Nou y maduró bajo el sol de Miami. Juntos redefinieron la forma en que el Inter Miami atacaba, con un lenguaje de fútbol que parecía exclusivo para ellos.
Reemplazar a Alba será imposible en términos de química y lectura. Su legado excede lo táctico: enseñó liderazgo sin estridencias, profesionalismo sin ego y compromiso con la camiseta sin necesidad de promesas vacías, dejando además dos títulos en las vitrinas (la Leagues Cup y el Supporters Shield).
Jordi Alba se va, pero deja al Inter Miami un tesoro intangible: la certeza de que el talento, cuando se une a la amistad y la inteligencia, puede construir una era. En cada conexión con Messi quedará guardado un fragmento de esa historia. Y en cada memoria del club, su nombre ya está escrito con trazo imborrable.
